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Hoy Legados es más necesario que nunca

Javier Dorado, director ejecutivo de Legados.

Septiembre trae consigo el inicio de un nuevo curso, ya sea escolar, político o profesional. Es un momento idóneo para hacer balance y reflexionar sobre los retos que se presentan en el horizonte.

Para algunos, las vacaciones son sinónimo de descanso absoluto. Para otros, son un tiempo para desconectar y volver a reconectar después; aunque para muchísimos españoles, esta época representa la oportunidad de reconectar con su esencia, esa que les permite desconectar de una realidad cada vez más artificial, alimentada por la rutina y la virtualidad omnipresente en la sociedad occidental actual.

Muchos españoles que residen en ciudades, pero mantienen un lazo emocional con su pueblo y sus orígenes, aprovechan estos días para regresar a esos lugares que sienten como propios. En sus pueblos de origen encuentran un respiro frente al escrutinio constante del mundo virtual, y quienes tienen niños hallan la oportunidad de mostrarles otra manera de vivir, enseñando que la autenticidad y el vínculo con la tierra son, muchas veces, fuente de mayor bienestar y de conexión profunda con nuestra identidad y raíces.

Sin embargo, esta manera formidable de desconectar y disfrutar de un verano auténtico se ha tornado en pesadilla para muchos vecinos de Ourense, León y Zamora. Estas provincias han sufrido los incendios más devastadores de las últimas décadas: 400.000 hectáreas arrasadas en solo dos semanas (el equivalente a la isla de Mallorca), miles de evacuados y pérdidas irreparables en ganadería, agricultura, viviendas y pastos, haciendo de este verano uno de los más dolorosos e históricos.

El mes de agosto quedará grabado para siempre en la memoria de quienes se enfrentaron cara a cara al fuego. Voluntarias y vecinos que, muchas veces sin preparación ni medios, arriesgaron lo más valioso que tenían: su vida. Lo hicieron movidos únicamente por un instinto poderoso: proteger su hogar, su gente y la tierra que les da identidad.

Desde estas líneas quiero rendir el más profundo reconocimiento y gratitud tanto a los profesionales que combatieron sin descanso como a las personas voluntarias que, con valentía y entrega, defendieron lo nuestro hasta el límite.

Pero mientras se luchaba contra las llamas, otra batalla se libraba en los medios y en los foros públicos: la batalla del relato. Un enfrentamiento intangible, a menudo estéril, que no sofocó ni un incendio, pero sí sirvió para aumentar la polarización, la desinformación y, en demasiadas ocasiones, el odio entre compatriotas.

En este caso, la oportunidad para polarizar el discurso giró en torno al medio ambiente y a la vertebración del territorio. Parecía imprescindible tomar partido: o se culpaba de los incendios a los pirómanos —que existen y actúan, por desgracia, con demasiada recurrencia—, o se centraba el debate solo en el impacto de la nueva realidad climática.

La realidad, sin embargo, es más compleja y no admite simplificaciones. Una combinación de factores —condiciones meteorológicas extremas, abandono rural, acción de incendiarios y la propia crisis climática— se unió para formar una auténtica tormenta perfecta, que convirtió al eje Zamora-León-Ourense en un trágico triángulo de fuego.

Siempre he entendido que la búsqueda de un territorio sostenible cuenta con dos adversarios fundamentales: quienes niegan que estamos inmersos en un proceso de cambio y no quieren actuar, y quienes utilizan este fenómeno de forma sectaria y polarizante, dividiendo a la sociedad en bandos de buenos y malos y apropiándose de una causa que es común y requiere de todos.

Me resisto a creer que solo existe una única manera de abordar la situación, y mucho menos que esta sea impuesta de forma homogénea, desatendiendo las realidades locales de nuestro país. Por eso, propongo una solución que quizá resulte más exigente y laboriosa, pero es imprescindible: escuchar a los auténticos guardianes del territorio, a quienes cuidan la naturaleza y la vida rural cada día, sin proclamas políticas ni intereses partidistas, sino pensando en la concordia, el futuro compartido y el trabajo en común.

La solución, en definitiva, pasa por volver a lo esencial: al contacto real con lo que somos y con la tierra que nos sostiene. Para lograrlo hacen falta humildad, capacidad de escucha, cercanía, desapego de dogmas, participación, paciencia y, sobre todo, empatía.

En Legados creemos firmemente en ese camino y no vamos a desaprovechar ni un solo día de este curso para aportar nuestro grano de arena. Nuestro compromiso es claro: seguir creando espacios donde la voz del territorio sea escuchada y respetada. Y necesitamos que quienes nos seguís, nos leéis o compartís nuestra misión continuéis caminando juntos para hacer de este propósito una realidad común.

En este curso, cuidemos lo nuestro. Porque la herencia que dejemos no se escribirá mañana, sino con cada decisión que tomemos hoy. Y de nosotros depende que las próximas generaciones reciban un legado vivo, digno y enraizado en la tierra que nos une.